No es raro que en pleno siglo XXI, viviendo en un mundo globalizado donde además existen una gran cantidad de problemas económicos y cambios diversos, las personas tiendan a exigirse mucho a sí mismas. Tratando así, de asegurar su posición socioeconómica, ganar estabilidad emocional y desarrollarse como personas en diversos aspectos. Pero, ¿hasta qué punto eso repercute de manera positiva en nuestras vidas?. Si quieres conocer qué diferencia existe entre perfeccionismo y autoexigencia, las implicaciones y costes que tienen estos fenómenos, cuál es su origen y qué herramientas podemos emplear para gestionarlas de la mejor manera, continúa leyendo este post.
Antes de empezar la casa por el tejado tenemos que describir en qué consisten y ponernos en contexto. El perfeccionismo es una característica de personalidad donde la persona presenta una tendencia a establecer altos estándares y metas en diversas áreas de su vida como podrían ser: el trabajo, la familia, las relaciones sociales, o la salud, entre otras. Por otro lado, la autoexigencia es tan solo una de las direcciones que el perfeccionismo puede adoptar, en la cual se dirigen esas metas elevadas hacia uno mismo. Y, como podrás imaginar, suelen acompañarse el uno al otro. Otras posibles direcciones que puede adoptar el perfeccionismo es dirigirse hacia los demás, depositando elevadas expectativas muy complicadas de cumplir en personas importantes para nosotros. Generando así mucha frustración y debilitando nuestras relaciones. O, por el contrario, dirigirse hacia cargarse a una misma con las expectativas que otros tienen sobre nosotras, sobre esforzándonos por cumplirlas para evitar “decepcionar”.
Entonces, ¿el perfeccionismo es malo? si siempre nos habían enseñado que era bueno… y de hecho, que es a lo que tenemos que aspirar: a ser mejores cada día e ir cumpliendo las metas, a ser buscadores insaciables de logros. Dicho esto, queda patente que el perfeccionismo y el desarrollo personal no es nada malo. El problema se encuentra cuando cambiamos el deseo y las metas adaptadas por una obsesión con la perfección y nunca nos encontramos agusto ni disfrutamos de nuestros éxitos. Cuando la autocrítica se vuelve dura y deja de ayudarnos a avanzar y mejorar en otra situación similar. Es entonces cuando tenemos que ponerle freno.
¿Y de dónde viene toda esta tendencia? ¿Cuál es su origen? Pues, aunque habría que ahondar en el pasado personal de cada uno, las causas generales más frecuentes de perfeccionismo patológico son las siguientes:
- Refuerzo de los éxitos y castigo de los errores: cuando hemos tenido unas figuras de referencia que nos han alabado y hecho sentir muy bien ante grandes logros, y nos han “castigado”, o nos han verbalizado que los errores son inaceptables. De este modo, hemos aprendido a buscar siempre la perfección y a no tolerar posibles fallos en nosotros mismos.
- Imitación: si hemos visto que nuestras figuras de referencia se sobre-esforzaban por mejorar su posición aunque eso les costase la salud física o mental. Aprendiendo así que todo esfuerzo y consecuencias son válidas con tal de ascender o aspirar a X lugares.
- Baja autoestima: cuando una persona considera que tiene poco valor, puede utilizar conductas perfeccionistas para que los demás las valoren y acaben considerando que esa persona sí es valiosa. Sin tener en cuenta que el valor que tiene una misma no tiene nada que ver con los logros sino con cómo somos como personas.
- Miedo al rechazo: cuando una persona tiene miedo a ser rechazada por otros, va a intentar cumplir con todas las expectativas que los demás depositen (o ella considere) sobre sí misma. Evitando decepcionar, y de este modo, esquivando un posible rechazo por parte de otras personas al darse cuenta de que no cumple con aquellas cosas que piden.
- Bajas habilidades de afrontamiento: cuando una persona (de manera consciente o inconsciente) considera que no tiene las habilidades necesarias para afrontar ciertas situaciones que pueden ocurrir (por ejemplo, no creo que sea capaz de encontrar otro trabajo de lo que he estudiado porque me ha costado mucho este) puede tratar de tener todo su ambiente (en este caso, el trabajo) controlado, estando hipervigilante a todo lo que hace para no cometer ningún mínimo fallo y eludir el posible futuro que imagina como catastrófico.
Y ahora que conocemos los orígenes más frecuentes, ¿cómo se materializa la autoexigencia? ¿Qué implicaciones tiene en las diferentes áreas de nuestra vida? Estos serían los ámbitos más afectados con algunos ejemplos para valorar si te ocurre algo parecido e incitarte a la reflexión:
- Trabajo y productividad: por ejemplo, pasando mucho tiempo realizando y revisando una tarea concreta, a costa de acumular más trabajo, no llegar a tiempo o hacerlo con mucha ansiedad. Todo por evitar cualquier posible fallo (y sin tener la certeza aún así, de si puede haber alguno o no) porque a todos se nos pueden pasar las cosas. Dedicar más tiempo a las tareas o al trabajo que al ocio, las relaciones sociales o al autocuidado por considerarlo más importante.
- Limpieza o estética: por ejemplo, pasar mucho tiempo limpiando, olvidándome de dedicar tiempo a otras cosas que me hacen feliz. U obsesionarme con mi físico, pasar mucho tiempo mirándome al espejo, fijarme sólo en aquellas partes que no me gustan y nunca verme lo suficientemente bien. O realizar todo aquello pero de cara a los cuerpos de otras personas.
- Organización: por ejemplo, pasar mucho tiempo haciendo listas de cosas-tareas en lugar de pasar a la acción.
- Habla: por ejemplo, pasar mucho pensando en aquello que he dicho mal y lo que debería haber dicho. O por el contrario, en aquellas cosas que los demás nos han dicho.
- Salud: por ejemplo, obsesionarse con ciertas conductas saludables que, en un inicio son positivas pero que, llevadas al extremo pueden hacernos daño. Como restringir alimentos por completo o realizar conductas de ejercicio compulsivas.
- Relaciones sociales: por ejemplo, teniendo elevadas expectativas en cómo esperamos que los demás actúen o reaccionen en ciertos momentos. O exigiéndoles lo mismo que nos exigimos a nosotros mismos.
Por todo ello, una vez que hemos identificado qué origen tiene nuestro perfeccionismo y conocido aquellos ámbitos donde es más común que se de, sería muy interesante indagar en ellos ámbitos donde nosotros somos más perfeccionistas, y en qué tipo de conductas se manifiesta dicho perfeccionismo. Por ejemplo, enfadándome con mi pareja cuando no es todo lo empático que sería yo con él si le cuento ciertas cosas. O invirtiendo más horas en el trabajo de las establecidas.
Tomar conciencia de aquellas conductas perfeccionistas que mantenemos a lo largo del día es la clave principal para poder modificarlas. No obstante, esto no es suficiente, y tiene que venir acompañado de ponernos límite a esas conductas. A continuación, te mostramos cuáles son las más típicas y un tip para paralizarlas.
- Comprobación excesiva de alguna tarea: ser consciente, aceptar que puedo cometer errores y poner límite el número de veces que la reviso
- Organización excesiva: decidir qué cosas necesito que estén organizadas sí o sí y con cuáles puedo convivir o fluir. Así como, delimitar el tiempo que dedico a organizar las cosas.
- Dificultades a la hora de tomar decisiones: limitar el tiempo diario dedicado a pensar en los pros y contras de una decisión. Así como, establecer un plazo (por ejemplo, una semana) para ver si se me ocurren algunas alternativas, o pros o contras nuevos. Y si no, revisar aquellos que tengo y obligarme a decidir. Aquí también viene muy bien recordarse que todas las decisiones tienen puntos buenos y malos, que nuestra decisión ha sido meditada con calma y que si finalmente no resulta bien tendremos la capacidad para afrontar lo que venga. Para restarle importancia a la decisión, y de ese modo, reducir la preocupación ante el posible error.
Por otro lado, también sería interesante empezar a discriminar las decisiones maximizadas y aquellas suficientes. Es común que una persona autoexigente quiera dar el cien por cien en todos los ámbitos de su vida y tomar las mejores decisiones. No obstante, y conforme nos hacemos más mayores el tiempo que poseemos se va limitando, y, tratar de otorgar el mismo tiempo e importancia a pensar en cada decisión (por ejemplo, a cambiar de trabajo y a qué hacer de comer en navidad para que todo el mundo esté agusto) puede generar mucha ansiedad y burnout. Es por ello que, ante la disyuntiva de decidir o cerrar algún asunto, antes de meternos de lleno en ello nos planteemos, ¿cómo de prioritario es esto para mi?, seguido de ¿si no tomo la mejor decisión que es lo peor que podría pasar? Y una vez respondidas estas preguntas limitar el tiempo que invertimos en cada cuestión. Afrontando sus consecuencias y dejándonos que el tiempo demuestre que no por invertir más o menos tiempo en algo, vamos a alterar las consecuencias derivadas de ello, o vamos a conseguir lo que queríamos o pensábamos.
Y de acuerdo con ello, otra herramienta que se podría utilizar es, cuando nos planteamos una meta, establecer qué porcentaje de conseguirla o no depende de nosotros mismos, y cuál de otros factores. Así como, delimitar si es realista y ajustada a nuestras capacidades o no. Junto con desgranar la meta en pequeños pasos que podamos ir consiguiendo para demostrarnos que avanzamos hacia ella, agradecer nuestro esfuerzo y evitar la desesperanza por esperar a conseguirla. Por último, una vez ya hemos sido autoexigentes, sería genial que fomentáramos la autocompasión. Y, en lugar de criticarnos por ello, tratáramos de reflexionar sobre los avances en el perfeccionismo que estamos llevando a cabo, y buscar actividades y tiempo de autocuidado.
Como has podido comprobar en este post, el perfeccionismo es un tema complejo que requiere mucha reflexión personal. Y por ello, a veces su gestión puede volverse difícil o incluso ambigua. No obstante, en Anabel Valencoso Psicología somos profesionales con experiencia en este tema, así que, si tienes cualquier duda o inquietud no dudes en contactar. ¡Estaremos encantadas de acompañarte en tu proceso!