¿Qué es la ansiedad? 

La ansiedad es una emoción tan normal y adaptativa como otra cualquiera. Esto quiere decir que cumple una función concreta y útil para nosotros mismos. Siendo esta, avisarnos ante cualquier riesgo o amenaza que pueda generarnos daño. Por lo tanto, cumple una labor de alarma y protección personal, que se ha ido forjando a lo largo de la evolución.

Si nos remontamos atrás en el tiempo, la mayor amenaza a la que podían enfrentarse nuestros antepasados era ser comidos por depredadores. Por ello, se desarrolló la ansiedad, aquél mecanismo que mantenía a los humanos atentos al entorno y a sus claves, para permitirles identificar señales de peligro, poder huír de los depredadores y sobrevivir. No obstante, aunque actualmente los daños o peligros con los que podamos enfrentarnos tengan consecuencias menos graves, la ansiedad es universal y sigue funcionando de la misma manera.

Por ejemplo, imagina que estás caminando distraído, cruzas un paso de peatones sin mirar y de repente te pitan (señal de alerta que recibe tu cerebro). Acto seguido todo tu cuerpo entra en tensión, se agita tu respiración y corres hacia el final del paso. Ya estás a salvo, y al cabo de un rato vuelves a tu estado de relajación habitual. Esta activación fisiológica te ha permitido reaccionar de una manera más ágil.

Ahora, bien, ¿cómo puede ser que la ansiedad sea una emoción normal, adaptativa y beneficiosa, y yo experimentar tanto malestar cuando la presento? Muy sencillo, porque existen dos tipos de ansiedad. La adaptativa, y la patológica. La primera se refiere a aquella que nos proporciona un nivel de activación (más comúnmente llamada nervios) moderado y de carácter transitorio. Aquella que nos ayuda a realizar actividades que requieren de cierta habilidad. Por ejemplo, hacer un examen o una entrevista de trabajo. Por otro lado, la patológica se diferencia de la primera en los siguientes aspectos:

  • Se experimenta muy frecuentemente.
  • Se experimenta de manera muy intensa.
  • Su duración es muy prolongada.
  • Genera dificultades en diferentes ámbitos de nuestra vida (p ej., familia, pareja, trabajo…)
  • Sus causas suelen no estar justificadas (p ej., miedo a que se estrelle mi avión siendo este el transporte más seguro del mundo)
  • Cuando, en lugar de aumentar nuestro rendimiento y potenciar nuestra concentración, lo reduce y nos hace sentir distraídos de la labor que estamos realizando.

Y dicho esto, ¿cómo puedo saber si experimento ansiedad? Para ello tenemos que atender a los tres componentes de la propia emoción, así como, a sus respectivos síntomas. El primer componente es el más sencillo de identificar y es el fisiológico. Cuyos síntomas más comunes son: taquicardias, aceleraciones de pulso y respiración, tensiones musculares, sudoración y molestias gastrointestinales. El segundo componente es el cognitivo y se caracteriza por: visualizar pensamientos o imágenes molestas o temerosas; o focalizar nuestra atención en aspectos concretos que advierten de peligro (p ej., la mala cara de nuestro jefe cuando entra al despacho y nos dice que en media hora quiere que nos reunamos con él a solas). Y por último, el conductual, aquél que hemos mencionado arriba que se refiere a cómo nos movilizamos ante ese posible peligro (huyendo, conversando, llorando…).


También es interesante conocer cuáles son las principales fuentes de ansiedad para las personas. En su mayoría se encuentran:

  • Cuestiones relacionales: normalmente miedos o conflictos familiares, sociales o de pareja.
  • Cuestiones socioeconómicas: dificultades económicas, préstamos…
  • Cuestiones culturales e identitarias: cuestionamiento o choques respecto a nuestra creencias y valores.
  • Cuestiones orgánicas: enfermedades, malestar físico…
  • Cuestiones psicológicas: labilidad emocional, experimentar situaciones adversas
  • Cuestiones laborales: situación de desempleo, miedo al despido, mal ambiente de trabajo…
  • Factores relacionados con el entorno: pandemias, guerras, asuntos medioambientales

Esto es importante ya que, muchas veces nos sentimos nerviosos o agitados pero no caemos en qué motivo puede estar detrás de ello. Conocer qué causas generan más malestar en la población general te permitirá  pararte y analizar cada cuestión. Y de este modo, identificar en qué áreas sientes mayor ansiedad y por qué.

Después de analizar cuáles son tus fuentes de malestar, otra duda que te puede surgir puede ser ¿qué consecuencias puede tener en mi vida cotidiana experimentar ansiedad? Cabe señalar que el impacto de la ansiedad en la vida de cada persona es muy variable, y en todo caso dependerá de su historia personal, su estilo de vida, el contexto en el que esté inmersa, y por supuesto de los niveles y duración de la ansiedad. Así como de la gestión que se haga de la misma. No obstante, las mayores consecuencias se encuentran a nivel físico y psicológico. Atendiendo a las primeras podemos encontrarnos con dificultades para conciliar o mantener el sueño, una mayor probabilidad de padecer problemas gastrointestinales, respiratorios (muy frecuentemente hiperventilación u opresión) y la debilitación del sistema inmune en general. Por otro lado, a nivel psicológico podemos encontrar dificultades de concentración, nerviosismo, mayores dificultades de regulación emocional, y mayor probabilidad de padecer trastornos psicológicos. 

No obstante, como hemos mencionado anteriormente, la frecuencia y duración de la ansiedad es muy relevante. Por eso, nos gustaría continuar diferenciando entre lo que es un ataque de ansiedad o una crisis nerviosa y unos niveles más moderados de estrés. 

En primer lugar, los ataques o crisis de ansiedad o angustia, y los ataques de pánico hacen referencia al mismo fenómeno. Este es un episodio ansiógeno que se caracteriza por experimentar una cantidad de miedo o malestar muy elevados, de manera muy rápida, y sin que la persona pueda identificar el causante de dicha reacción. Los ataques de pánico suelen durar entre 20-30 minutos, sin embargo, la persona percibe una duración mayor debido a la intensidad con la que los experimentan. 

Para poder identificar cuándo nos encontramos ante un ataque de pánico tenemos que atender a sus síntomas principales que son los siguientes:

  • Agitación y opresión en el pecho.
  • Dificultades respiratorias.
  • Temblores.
  • Sudoración.
  • Angustia.
  • Desmayo.
  • Miedo intenso a morir, no tener el control de uno mismo o de la situación o “estar loco”
  • Miedo a perder el control o volverse loco.
  • Miedo a morir.
  • Hormigueo o tensión corporal.
  • Sensación de estar viviendo algo imaginado o ajeno (desrealización) 
  • Experimentar la situación como si fueras un observador ajeno (despersonalización)

Por ende, la diferencia entre un episodio de ansiedad y un ataque de ansiedad reside en que, en los ataques los síntomas son mucho más intensos, y su duración es menor. Mientras que en episodios ansiógenos cotidianos, el nivel de estrés es menor, más estable y “llevadero” causando menor malestar y miedo en la persona.

Asimismo, desde aquí queremos hacer hincapié en que, al tener unos síntomas tan intensos, haber experimentado un ataque de ansiedad te predispone, es decir, aumenta las probabilidad de tener otro. Aumentando a su vez tu miedo, empeorando tu calidad de vida y pudiendo derivar en un Trastorno de Pánico si los ataques se incrementan en frecuencia, intensidad, duración e impacto en tu vida cotidiana. Por ello, si has sufrido un episodio similar te aconsejamos encarecidamente que recurras a un profesional para ayudarte a gestionar dicho miedo y poder mantener una vida más satisfactoria.


Otra pregunta que te podría surgir es ¿por qué surgen los ataques de ansiedad? Aunque no hay una única causa, y el motivo de origen puede variar según la persona, los principales motivos apuntan a haber experimentado niveles de ansiedad muy elevados y estables en el tiempo; haber vivenciado situaciones traumáticas; y a cierta predisposición genética.

Y de acuerdo con ello, ¿cómo se explica que una persona experimente más ansiedad que otra? Este tema es algo más complejo pues la probabilidad que tiene cada persona de experimentar ansiedad varía según la interacción entre tres factores: 

  • Los predisponentes: referidos a variables genéticas, de personalidad (p ej., tendencias obsesivas) o de aprendizaje (p ej., haber experimentado situaciones muy ansiógenas de pequeño) que confabulan y generan una tendencia del individuo a estar “más alerta” al entorno y sus cambios. Para de este modo, sentirse más capaz de afrontar los cambios y mitigar sus efectos negativos.
  • Los activadores: referidos a aquellas situaciones, pensamientos o señales del entorno que disparan en nosotros una respuesta de alerta y acción (p ej., en el caso anterior el pitido del camión o la mala cara de nuestro jefe).
  • Mantenedores: referidos a todas aquellas conductas que, a pesar de tratar de aliviar la ansiedad, sólo la incrementan (p ej., estar dándole vueltas a la cara de tu jefe una vez has llegado a casa).

Por último, si has llegado hasta aquí has podido comprender la naturaleza de estos dos fenómenos tan comunes, sin embargo, pueden haber surgido también dos dudas principales: La primera,  ahora que he identificado la ansiedad ¿cómo puedo gestionarla? Y para ello te recomendamos estar pendiente a nuestro siguiente post, donde nos dedicaremos largo y tendido a explicar cuáles son las mejores técnicas para aprender a controlarla. Y la otra podría ser ¿cuándo debo pedir ayuda? En este caso, nosotros recomendamos hacerlo a modo preventivo. Es decir, cuando veas que estás teniendo ansiedad y te encuentres sin recursos para poder enfrentarte a ella aunque puedas convivir con la misma. No obstante, en muchas ocasiones la gente acude a terapia cuando ya se encuentra en un estado ansiógeno muy elevado el cual afecta a todas las áreas importantes de su vida. Esto es una cuestión más personal, así que, sea cual sea tu caso. Nuestro equipo estará encantado de acompañarte en tu proceso terapéutico.